el ideario de Cicerón fue restaurar la constitución histórica de Roma. Les propongo recordar a este importante político.
Saludos a todos,
Patricio
MARCO TULIO CICERON
Cicerón vivió en una época dramática. Su juventud se desarrolló durante la tiranía de Sila, quien pretendía ser el restaurador de la Constitución tradicional de Roma, que devolvía a los patricios sus inveterados privilegios. Sila basó su poder en la victoria sobre el caudillo del partido popular que fue Mario, tío político de Julio César.
En la enrarecida atmósfera de suspicacias, conculcación de los derechos ciudadanos y de la libertad y de precariedad de la vida humana -desvalorizada por los epígonos y sicarios del dictador-, Cicerón irrumpirá en el escenario forense en defensa de Sexto Roscio Amerino, con su oratoria viril enfrentando las iras del poder. El novel orador, en el año 80 a.d.J.C., defendió a un joven acusado de parricidio por Crisógono, un liberto de Sila que era instrumento del dictador para utilizar los tribunales como instrumento de iniquidad contra hombres ricos, quienes al ser condenados eran despojados legalmente de sus bienes.
Retiro estratégico
Precisamente debido a este triunfo resonante, los amigos de Cicerón le sugirieron que pusiera una prudente distancia entre su persona y el tirano, -como hizo también César, después de que Sila pretendió obligarlo a repudiar a su mujer-. Nadie puede dudar del temerario valor de César, demostrado en los campos de batalla y en las arduas lides políticas. Pero este retiro estratégico que tanto Cicerón como César emplearon en perfeccionar sus conocimientos filosóficos y oratorios, provocó un distinto juicio en historiadores del fuste de Plutarco. En el caso de César se lo consideró con indulgencia como una de sus astucias estratégicas. En el caso de Cicerón; Plutarco anfibiamente sugiere que la conducta de nuestro orador estaba presidida por un excesivo aprecio a la vida, que no se compadecía con la visión estoica y viril predicada por él, como las más altas virtudes romanas.
“No sale bien parado Cicerón del juicio de Plutarco ; -dice el traductor de la Vida de Cicerón del autor griego, don Nicolás Estevanez-; pero dígase lo que se quiera del hombre, fuese cual fuere su carácter, no le ha negado nadie el don de la suprema elocuencia”.
En efecto, Plutarco dice: Se encargó, pues, de la defensa de Roscio, con un éxito que le valió la admiración general, pero su temor al resentimiento de Sila le hizo emprender un viaje a Grecia. Pretextando la necesidad de atender a su salud, porque estaba en efecto flaco y pálido, salió de Roma con dirección a Atenas” (-SIC Plutarco).
A buen entendedor....Sin embargo, Cicerón tuvo el valor de aceptar un caso que el propio Plutarco señala que “Nadie se atrevía a defender, porque el espanto que inspiraba la crueldad del dictador alejaba a todos los que hubieran podido hacerlo o intentarlo. Roscio, al verse abandonado por todos, acudió a Cicerón...”
No puede empañar este gesto, que revela una vocación por restablecer la justicia, aun corriendo un riesgo cierto para su vida, el hecho de decidir este viaje que aprovechó para perfeccionar su educación y fortalecer su cuerpo -cumplía asi con el ideal “mens sana in corpore sano”-.
Plutarco nos relata minuciosamente cómo Cicerón sacó un gran provecho intelectual de este viaje. “Al llegar a Atenas -dice- asistió a los cursos de Antíoco el Escalonita, de quien le gustaban la gracia y la dulzura, aunque no aprobase las nuevas opiniones por él establecidas. Antíoco se había separado ya de la Académia, abrazando la mayoría de los dogmas del Pórtico” - (La stoa -la escuela estóica)
Cicerón amaba la filosofía y se dio cada vez más a su estudio; hasta proyectaba, si algún día llegara a verse obligado a renunciar al foro y a las asambleas políticas, retirarse a Atenas para consagrarse a la vida privada en el seno de la filosofía.
Pero cuando supo la muerte de Sila; con su cuerpo ya fortalecido por los ejercicios que le habían devuelto su vigor; bien formada su voz, que se había hecho más flexible y bastante proporcionada a su temperamento; exhortado además por sus amigos de Roma a volver al seno de la patria, decidió hacerlo con el propósito de actuar en la administración y en la política. No obstante, deseoso de refinar todavía su elocuencia, como instrumento que había de serle absolutamente necesario, y de completar sus facultades políticas, se ejercitó en componer y frecuentó a los oradores más conocidos y estimados.
Estudiando la oratoria
Pasó pues, a Rodas, y de allí al Asia, donde asisitió a las escuelas de los retóricos Jenocles de Adrumeto, Dionisio de Magnesio y Menipo de Caria. En Rodas trató a los filósofos Apolonio y Posidonio. Se dice que Apolonio, que no entendía la lengua del Lacio, le rogó a Cicerón que hablara en griego; ...Apolonio que lo escuchaba atento -se refiere Plutarco a una peroración pública-, no dio ninguna señal de aprobación mientras Cicerón hablaba; y una vez terminado su discurso, se quedó pensativo un largo rato, sin decir nada. Viendo que el orador parecía afectado por su silencio, le dijo Apolonio: “Cicerón, os alabo y os admiro; lo que hay es que deploro la suerte de Grecia, al ver que las últimas ventajas que le quedaban, el saber y la elocuencia, os las llevais a Roma.”
Puede advertirse, que el viaje a Grecia y a Rodas, lo hizo siguiendo la principal motivación de su vida que fue dominar el conocimiento humano. Lo fue a buscar a sus fuentes prístinas y lo adquirió de una manera profunda y universal.
Es interesante saber que Cicerón había consultado el oráculo de Delfos, preguntándole al dios por qué medio alcanzaría la gloria. La respuesta fue clara,: “Tomando por guía de vuestra vida, no la opinión del pueblo, sino vuestro sentimiento natural”—no existía la tradicional ambigüedad de las sentencias oraculares-.A mi juicio, Cicerón, jamás dejó de cumplir con el consejo impartido por Apolo, el dios de la inteligencia racional, y siempre se sometió a los dictámenes de la reflexión que interpretaban sus sentimientos, sus intuiciones profundas.
Críticas
La otra imputación formulada contra Cicerón, de que su brillante parafernalia intelectual, su oratoria y su pensamiento, estaban puestos sólo al servicio de su ambición de gloria, poder, y riqueza, encubriendo esas pasiones “non sanctas”, resulta constantemente desmentida por sus actitudes que se basaban en su compromiso con el ideal republicano. En diciembre del año 60 a.d.J.C., fue invitado a formar parte del triunvirato y tras una ardua lucha interna, dijo que no.
“Se refugió en la quietud de su villa y rogó a Atico que le proporcionase, tomándolo de la biblioteca de su hermano Quinto, el tratado de Teofrasto “Sobre la ambición”, que debía enseñarle a dominar en aquel trance los instintos de la honorum caeca cupido (add II, 3,)” (Cicerón y sus amigos -GASTÓN Boissier.Prólogo de Augusto Rostagni Editorial Porrua S.A. 1986 pag. XIX).
Correspondencia
En el prólogo citado supra Rostagni, refiriéndose a la frondosa correspondencia que Cicerón legó a la posteridad y que fueron uno de los elementos en los que se basaron sus críticos, expresa: “En su conjunto, estas cartas escritas día a día, sin pretensiones literarias, bajo la impresión de los acontecimientos cotidianos grandes o pequeños, públicos o privados, redactadas a menudo con gran prisa, mientras el correo, tabellarios, estaba a punto de partir, contribuyen a revelarnos la personalidad de Cicerón en su aspecto íntimo y más propiamente humano. Es el primero entre los antiguos en presentarse con tan abundante documentación biográfica y psicológica, casi con la impronta de un hombre moderno. Afloran al exterior todos los pliegues del alma, los pensamientos y sentimientos más recónditos y reservados, los que de ordinario no suelen confesarse o, por lo menos, no se exhiben: las debilidades, los temores, la vanidad, las dudas, las contradicciones. Para poder darse cuenta plenamente de la índole de estas cartas conviene recordar la impresión que causaron en Petrarca cuando en 1345 tuvo la fortuna de descubrir una porción notable del epistolario ciceroniano, que había permanecido ignorado durante la Edad Media. Descubría o creía descubrir, un Cicerón muy diferente del habitualmente idolatrado en base a las Tusculanas y a los demás escritos filosóficos. Descubría, no sin cierta desilusión, al hombre de cada día, al hombre real, inmerso en la miseria de su tiempo, atormentado por las pasiones y por todo género de dudas. ¿Por qué no había tenido su autor predilecto la fuerza suficiente para apartarse de la acción y vivir pura e íntegra la vida del espíritu?: “Como un caminante nocturno caminas, mi Cicerón querido, en medio de las tinieblas con la antorcha en la mano; alumbras el camino de quienes vienen detrás de ti, mientras que tú has tenido que tropezar lamentablemente. Cuánto mejor hubiera sido, tratándose de un filósofo, ver deslizarse tranquila tu vejez en el retiro de tu villa y allí, como tu mismo dices en cierto pasajes, no pensar en esta breve vida temporal sino en la eterna, no ambicionar puestos públicos, no aspirar a ningún triunfo, no sacrificar tu paz al mundo por ningún Catalina.”
Petrarca, estaba en lo cierto. Pero la actitud de Cicerón de entregarlo todo, aun su vida, por mantener el ideal de la República, lo enaltece ante nuestros ojos. Las epístolas, revelan los movimientos íntimos de su espíritu y sus grandes vacilaciones, que sin embargo no obliteraron que en el momento decisivo, Cicerón dirigiera sus propias “Filípicas” contra Antonio, posibilitando que Octavio -el futuro Augusto- pudiese recuperar la herencia de su tío Julio César y evitara una dictadura catastrófica y la muerte cierta de las libertades. Esta última gloriosa intervención de Cicerón le costaría a la postre la vida, cuyo fin supo afrontar con dignidad de mártir.